Este blog comienza a dar sus frutos
He recibido con satisfacción un interesante correo electrónico de un lector de este blog en el que me expone lo siguiente:
Aparte de congratularme el hecho de comprobar que los lectores de este blog atienden, entienden y deducen con acierto a partir de lo que aquí se expone, no imagina este lector lo preciso que ha resultado en sus deducciones. Sin saberlo —o quizá sabiéndolo— acaba de llevar a cabo la radiografía de la nómina de cualquier escritor de cierto renombre de este país. Como podrán comprobar por los datos aportados, esas cifras están muy lejos de la imagen que muchos tienen del escritor que nada en la opulencia, poseedor de cuentas en Suiza y en las islas Caimán, dueño de yates y propiedades y cuyas palabras se cotizan a precio de oro. Dichos datos demuestran que hacerse rico —o tan siquiera vivir— únicamente de vender libros en este país es prácticamente una utopía pero también evidencian que uno sí puede vivir holgadamente de todo aquello accesorio y aledaño a la propia literatura.
Lo que sí es cierto es que, sin ser más allá de una nómina afortunada —y, no lo olvidemos, abonada por llevar a cabo un trabajo placentero y satisfactorio—, dicha cifra está muy por encima de la media de los ingresos de cualquier trabajador mileurista de este país. El lector que me remitió tan agudo correo se pregunta sobre la posible fórmula que permita recorrer el camino que lleva desde el mileurismo hasta la posición desahogada del trabajador de la pluma —en el mejor sentido del término—. Lamento ser portador de malas noticias y comunicar que dicha fórmula no existe. Es decir, existe el camino pero no el mapa que permite transitarlo. Las circunstancias son variadas y múltiples y las formas de recorrer ese camino, casi tantas como escritores que lo intentan. No hay una formula magistral, precisa y exacta, que nos conduzca a la alquimia de vivir de las letras. Depende muy mucho de las circunstancias y posibilidades personales de cada uno. Lo que si existe es una base sobre la que apoyarse, un concepto del que ya he hablado en otras entradas y sobre el que me gustaría volver a incidir.
Salvo muy contadas excepciones, no existe en pelotazo literario. Más bien, existir, existe, pero eso no es convertirse en escritor profesional. Eso es otra cosa. Convertirse en escritor profesional —que no vocacional, ese es otro concepto— es ser participe de una carrera de fondo, de una prueba de resistencia, que conlleva mucha dedicación, mucho tiempo y mucho esfuerzo y en la que se deben superar diversas etapas a distintos niveles. El quid de la cuestión, la madre del cordero, para superar esos niveles es lograr la notoriedad suficiente en el nivel actual para que la persona que debe abrirnos la puerta del siguiente nos preste esos cinco minutos de atención necesaria. Y a mayor sea el nivel alcanzado, mayores serán las prebendas conseguidas. Es tan sencillo —y a la vez tan complejo— como eso. ¿Las formas y maneras de adquirir esa notoriedad en el nivel en el que nos encontremos? Este blog ha venido hablando de ellas en prácticamente todas sus entradas desde que fue creado hace tres meses. Si aún no tienen una idea precisa de cómo llevarlo a cabo, les recomiendo que se lean de nuevo las entradas —y, atención, los jugosos comentarios asociados a éstas— desde el principio.
Según mis cálculos, con relación a lo expuesto en su blog y siguiendo sus números, la agenda de un escritor ya integrado en el mundillo me ha quedado algo así:
- Colaboración en prensa: 1200 €/mes (calculo que para una dedicación de 8 horas/semana);
- Talleres: 1200 €/mes (supongo que para una dedicación de unas 8 horas/semana, 6 de clases pero 2 de preparación y/o seguimiento de alumnos);
- Conferencias (digamos 1 por mes, 8 horas de dedicación, 4 de atención a la jornada y 4 de preparación): 300 €/mes;
- Jurado (digamos 3 por año y una lectura de unos 10 manuscritos por certamen, unas 40 horas en total, 120 horas/año);
- Libro: digamos que unos ingresos de 18000 € en el mejor de los casos;
- Atención a la correspondencia, reuniones con agentes o editoriales, etc… (supongo que entre 0 e infinitas horas semanales);
Esto supone unos ingresos brutos de 52200 €/año, 2850 € al mes, para una dedicación aproximada de unas 20 horas semanales a todas las actividades, sin contar la preparación del libro y el apartado de otros.
En el supuesto de que esto fuera realista, creo que podría ser interesante conocer los posibles pasos intermedios, es decir, cuando existe un camino mileurista que muchos estarían encantados de abordar.
Aparte de congratularme el hecho de comprobar que los lectores de este blog atienden, entienden y deducen con acierto a partir de lo que aquí se expone, no imagina este lector lo preciso que ha resultado en sus deducciones. Sin saberlo —o quizá sabiéndolo— acaba de llevar a cabo la radiografía de la nómina de cualquier escritor de cierto renombre de este país. Como podrán comprobar por los datos aportados, esas cifras están muy lejos de la imagen que muchos tienen del escritor que nada en la opulencia, poseedor de cuentas en Suiza y en las islas Caimán, dueño de yates y propiedades y cuyas palabras se cotizan a precio de oro. Dichos datos demuestran que hacerse rico —o tan siquiera vivir— únicamente de vender libros en este país es prácticamente una utopía pero también evidencian que uno sí puede vivir holgadamente de todo aquello accesorio y aledaño a la propia literatura.
Lo que sí es cierto es que, sin ser más allá de una nómina afortunada —y, no lo olvidemos, abonada por llevar a cabo un trabajo placentero y satisfactorio—, dicha cifra está muy por encima de la media de los ingresos de cualquier trabajador mileurista de este país. El lector que me remitió tan agudo correo se pregunta sobre la posible fórmula que permita recorrer el camino que lleva desde el mileurismo hasta la posición desahogada del trabajador de la pluma —en el mejor sentido del término—. Lamento ser portador de malas noticias y comunicar que dicha fórmula no existe. Es decir, existe el camino pero no el mapa que permite transitarlo. Las circunstancias son variadas y múltiples y las formas de recorrer ese camino, casi tantas como escritores que lo intentan. No hay una formula magistral, precisa y exacta, que nos conduzca a la alquimia de vivir de las letras. Depende muy mucho de las circunstancias y posibilidades personales de cada uno. Lo que si existe es una base sobre la que apoyarse, un concepto del que ya he hablado en otras entradas y sobre el que me gustaría volver a incidir.
Salvo muy contadas excepciones, no existe en pelotazo literario. Más bien, existir, existe, pero eso no es convertirse en escritor profesional. Eso es otra cosa. Convertirse en escritor profesional —que no vocacional, ese es otro concepto— es ser participe de una carrera de fondo, de una prueba de resistencia, que conlleva mucha dedicación, mucho tiempo y mucho esfuerzo y en la que se deben superar diversas etapas a distintos niveles. El quid de la cuestión, la madre del cordero, para superar esos niveles es lograr la notoriedad suficiente en el nivel actual para que la persona que debe abrirnos la puerta del siguiente nos preste esos cinco minutos de atención necesaria. Y a mayor sea el nivel alcanzado, mayores serán las prebendas conseguidas. Es tan sencillo —y a la vez tan complejo— como eso. ¿Las formas y maneras de adquirir esa notoriedad en el nivel en el que nos encontremos? Este blog ha venido hablando de ellas en prácticamente todas sus entradas desde que fue creado hace tres meses. Si aún no tienen una idea precisa de cómo llevarlo a cabo, les recomiendo que se lean de nuevo las entradas —y, atención, los jugosos comentarios asociados a éstas— desde el principio.