Miserias Literarias

Desgranando el agusanado mundillo editorial

24 noviembre 2006

Este blog comienza a dar sus frutos

He recibido con satisfacción un interesante correo electrónico de un lector de este blog en el que me expone lo siguiente:

Según mis cálculos, con relación a lo expuesto en su blog y siguiendo sus números, la agenda de un escritor ya integrado en el mundillo me ha quedado algo así:

  • Colaboración en prensa: 1200 €/mes (calculo que para una dedicación de 8 horas/semana);

  • Talleres: 1200 €/mes (supongo que para una dedicación de unas 8 horas/semana, 6 de clases pero 2 de preparación y/o seguimiento de alumnos);

  • Conferencias (digamos 1 por mes, 8 horas de dedicación, 4 de atención a la jornada y 4 de preparación): 300 €/mes;

  • Jurado (digamos 3 por año y una lectura de unos 10 manuscritos por certamen, unas 40 horas en total, 120 horas/año);

  • Libro: digamos que unos ingresos de 18000 € en el mejor de los casos;

  • Atención a la correspondencia, reuniones con agentes o editoriales, etc… (supongo que entre 0 e infinitas horas semanales);

Esto supone unos ingresos brutos de 52200 €/año, 2850 € al mes, para una dedicación aproximada de unas 20 horas semanales a todas las actividades, sin contar la preparación del libro y el apartado de otros.

En el supuesto de que esto fuera realista, creo que podría ser interesante conocer los posibles pasos intermedios, es decir, cuando existe un camino mileurista que muchos estarían encantados de abordar.

Aparte de congratularme el hecho de comprobar que los lectores de este blog atienden, entienden y deducen con acierto a partir de lo que aquí se expone, no imagina este lector lo preciso que ha resultado en sus deducciones. Sin saberlo —o quizá sabiéndolo— acaba de llevar a cabo la radiografía de la nómina de cualquier escritor de cierto renombre de este país. Como podrán comprobar por los datos aportados, esas cifras están muy lejos de la imagen que muchos tienen del escritor que nada en la opulencia, poseedor de cuentas en Suiza y en las islas Caimán, dueño de yates y propiedades y cuyas palabras se cotizan a precio de oro. Dichos datos demuestran que hacerse rico —o tan siquiera vivir— únicamente de vender libros en este país es prácticamente una utopía pero también evidencian que uno sí puede vivir holgadamente de todo aquello accesorio y aledaño a la propia literatura.

Lo que sí es cierto es que, sin ser más allá de una nómina afortunada —y, no lo olvidemos, abonada por llevar a cabo un trabajo placentero y satisfactorio—, dicha cifra está muy por encima de la media de los ingresos de cualquier trabajador mileurista de este país. El lector que me remitió tan agudo correo se pregunta sobre la posible fórmula que permita recorrer el camino que lleva desde el mileurismo hasta la posición desahogada del trabajador de la pluma —en el mejor sentido del término—. Lamento ser portador de malas noticias y comunicar que dicha fórmula no existe. Es decir, existe el camino pero no el mapa que permite transitarlo. Las circunstancias son variadas y múltiples y las formas de recorrer ese camino, casi tantas como escritores que lo intentan. No hay una formula magistral, precisa y exacta, que nos conduzca a la alquimia de vivir de las letras. Depende muy mucho de las circunstancias y posibilidades personales de cada uno. Lo que si existe es una base sobre la que apoyarse, un concepto del que ya he hablado en otras entradas y sobre el que me gustaría volver a incidir.

Salvo muy contadas excepciones, no existe en pelotazo literario. Más bien, existir, existe, pero eso no es convertirse en escritor profesional. Eso es otra cosa. Convertirse en escritor profesional —que no vocacional, ese es otro concepto— es ser participe de una carrera de fondo, de una prueba de resistencia, que conlleva mucha dedicación, mucho tiempo y mucho esfuerzo y en la que se deben superar diversas etapas a distintos niveles. El quid de la cuestión, la madre del cordero, para superar esos niveles es lograr la notoriedad suficiente en el nivel actual para que la persona que debe abrirnos la puerta del siguiente nos preste esos cinco minutos de atención necesaria. Y a mayor sea el nivel alcanzado, mayores serán las prebendas conseguidas. Es tan sencillo —y a la vez tan complejo— como eso. ¿Las formas y maneras de adquirir esa notoriedad en el nivel en el que nos encontremos? Este blog ha venido hablando de ellas en prácticamente todas sus entradas desde que fue creado hace tres meses. Si aún no tienen una idea precisa de cómo llevarlo a cabo, les recomiendo que se lean de nuevo las entradas —y, atención, los jugosos comentarios asociados a éstas— desde el principio.

14 noviembre 2006

Consultorio literario (V)

Mis disculpas por el retraso. A mis obligaciones habituales se ha unido estos días una pertinaz gripe que, de forma vil y conspirativa, se empeña en mantenerme en cama. Y a ciertas edades no es conveniente hacer muchos excesos. Un saludo a todos.
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¿Alguien soporta leer un texto muy largo en la pantalla del ordenador?

Supongo que habrá gente que lo haga pero no deja de ser una tarea ardua y fatigosa. Hoy por hoy, el mejor soporte para textos extensos es, sin duda alguna, el papel. Por otro lado, abrir un libro no sólo supone leer su contenido. Asociado a este gesto hay todo un ritual muy excitante del que resulta muy complicado abstraerse una vez se ha acostumbrado uno a él. Leer las solapas, abrir sus páginas, sentir su tacto, percibir el aroma de la tinta impresa. Llámeme fetichista si lo desea pero estoy convencido que esa inigualable experiencia no se perderá nunca.

Si la mayoría de los actuales compradores/lectores de novelas son del género femenino, ¿influye esto en los criterios de las editoriales cuando eligen textos para publicar?

Sin duda alguna. No influye de forma decisiva pero sí es tenido en cuenta. En cualquier caso no vamos a cometer el error de entrar en definiciones de literatura femenina y literatura masculina. No vamos a hablar de Barbara Cartland ni de Sven Hassel. Bajo mi prisma, tales conceptos —literatura masculina y femenina—, en su forma pura, han dejado de existir. Hoy en día los gustos son variopintos y ese tipo de encasillamientos ya no resultan precisos pero lo que sí es cierto —y obvio— es que siempre se estudian las tendencias de lectura de cara a publicar nuevos manuscritos y entre esos estudios, algunos dedican una especial atención al género femenino.

¿Algún escritor, de prestigio o no, se permite el lujo o la sapiencia de no filtrar sus textos por un corrector de estilo, de ortografía, etc.? ¿Debería hacerse constar en las primeras páginas de los libros el nombre de estos “obreros”?

Algunos tratan de cometer tamaña osadía pero hay que tener en cuenta que, en muchas ocasiones, se trata de una decisión ajena al autor y llevada a cabo por política editorial. El autor es dueño de sus textos pero el editor es dueño —y responsable— de sus ediciones. Y a ningún editor le gusta ver su nombre en boca de todos debido a la deficiente calidad de las mismas. En cualquier caso, dichos casos son muy puntuales, casi anecdóticos. Los autores que tratamos de ser profesionales somos conscientes de nuestras limitaciones y reconocemos y admitimos la necesidad de los correctores. Otra cuestión diferente es que se discutan determinados aspectos o criterios de la corrección. Los correctores son personas y, como tales, susceptibles de cometer fallos. Yo me he encontrado en algunas de mis galeradas reseñas de errores que, una vez comentados con el corrector, no eran tales. Respecto a su segunda pregunta, mi respuesta es que lo que sugiere no sería ningún despropósito. En las ediciones traducidas figura el nombre del traductor —en ocasiones, cuando se trata de alguien de prestigio, aparece de forma explicita y señalada—. ¿Por qué no debería aparecer el nombre de los correctores? En cualquier caso, esa decisión chocaría de frente con el ego de muchos compañeros de profesión que deberían aceptar de forma pública que han necesitado ser corregidos —aunque, en el fondo, sea vox populi— por lo que muchos opinan que ese tema es mejor no meneallo.

¿Se debería “traducir” El Quijote al lenguaje del castellano de uso actual?

¿Por qué? ¿Qué beneficios se obtendría con ello? Si de lo que se trata es de aumentar su legibilidad, existen excelentes ediciones comentadas. No acabo de comprender el trasfondo de la pregunta.

¿Todos los autores que publican de manera habitual son siempre rentables para la editorial? Si no es así, ¿por qué los siguen editando?

No. No siempre lo son. En muchas ocasiones se les mantiene porque dejan de serlo de forma puntual, cuando han escrito una obra muy novedosa, arriesgada en su planteamiento o simplemente mala de solemnidad —todos cometemos patinazos. No se puede ser divino eternamente—. En esos casos y previendo futuras rentabilidades, se mantiene al autor en plantilla. Eso sí, al segundo fallo consecutivo ya puedes ir buscando otro lugar donde anidar. En otras, la obra no es rentable per se pero mantener a ese autor en la editorial les produce una pátina de respetabilidad y calidad literaria que les beneficia de cara a la galería —el Ulises de Joyce es infumable pero cualquier editorial que cuente en su fondo con dicha obra obtiene de inmediato un cierto crédito intelectual. O las obras de Milan Kundera no las lee ni dios pero decir que lo publicas en tu editorial concede de inmediato un elevado prestigio—. En otros casos —los menos— se les mantiene porque, aun no siendo rentables, el editor cree en la calidad literaria de la obra de ese autor y confía en que, tarde o temprano, acabará siendo reconocido. Son inversiones a largo plazo.

¿Por qué los escritores son tan malos compañeros de sus colegas? Desde que empiezas y eres novel ya puedes sentir esa mirada lacerante en la nuca y cuando te giras ¡zas! otro escritor en busca de editorial a punto de clavarte un cuchillo.

Estimado amigo, su enunciado parte de una falacia dialéctica ya que al expresarlo de forma categórica, da usted por sentado que los escritores son malos compañeros. Y no siempre suele ser así. Y es cierto que entre los escritores hay personas muy necias o con muy mala leche. Ya comenté este aspecto en otro de los consultorios, creo recordar que en el III. Las animadversiones vienen dadas por el propio carácter de las personas, independientemente de que sean escritores o fontaneros. La diferencia es que las animadversiones de los escritores se ven y se notan más ya que disponen de los medios necesarios para darlas a conocer a un amplio sector de gente, sus lectores. Y respecto a esa manía persecutoria que suele asaltar al escritor novel, no se preocupe. Como manía que es, se acaba curando —o, según los casos, agravando— con el tiempo.

01 noviembre 2006

Consultorio literario (IV)

La angustia de no publicar, a pesar de que se hayan reconocido tus méritos, ¿puede llegar a matar el deseo de escribir? Empiezo a pensar que sí ¿conoces algún caso?

Suelo respetar todas las posturas pero la del escritor intimista y atormentado que escribe para sí y para apaciguar los demonios que lleva dentro sin importarle que sus textos no sean leídos por nadie siempre me ha parecido, desde un punto de vista estrictamente personal, un camelo como un piano de cola. El arte de escribir es un acto de comunicación. Uno plasma en papel las historias que lleva en la cabeza porque desea transmitirlas a otras personas. De lo contrario, estas historias nunca abandonarían su lugar original.

Por otro lado, al autentico escritor, a aquel que escribe por que le asfixian las historias que lleva dentro y ansía la posibilidad de compartirlas con los demás, nunca se le puede matar el deseo de escribir pero si es cierto que cuando falla el canal de transmisión —es decir, la publicación de sus textos—, cuando falla una de las motivaciones por las que escribe, ese deseo puede aletargarse al considerar que fracasa en su cometido de transmitir una historia. ¿Qué si conozco casos? Bastantes. Pero muchos de ellos no eran auténticos escritores. Tan sólo buscadores de fortuna que deseaban probar suerte. Esos suelen ser los primeros que abandonan.

Literatura en la Red. Escribir en Internet, “pasando” de editoriales. Escribir para todo el mundo que entienda tu idioma. Sin ansias de estipendios económicos; sólo con la satisfacción de ser leído y de recibir comentarios de quien desee hacerte partícipe de sus opiniones por lo que has escrito. Escribir para ser leído; sin más ambición que esa. En Internet, digo. ¿Qué opinión le merece todo esto?

Muy buena. En línea con lo comentado en la anterior respuesta, el autentico placer del escritor debe consistir en ser leído y cualquier medio para llevarlo a cabo es perfectamente lícito. Y entendámonos. Cuando la satisfacción propia del autor se ciñe a ser leído y a recibir comentarios —halagüeños o no— sobre lo que escribe, el simple hecho de dar a conocer sus textos debería bastar sin importar la forma ni el medio. El conflicto suele surgir cuando uno comienza a sentir la necesidad de escribir las 24 horas del día. En ese momento, uno se plantea de forma consciente que, además de escribir, se tiene la mala costumbre de comer todos los días y pagar las facturas para lo que necesita unos ingresos. Y para lograr ese fin es necesario plegarse a la maquinaria editorial. No hay otro camino. Si usted tiene la fortuna de contar con unos ingresos asegurados al margen de la literatura y además desea escribir y que lo lean, Internet es un medio tan bueno como cualquier otro para lograr sus objetivos.

Cuando uno está escribiendo su obra, si al tiempo lee tal o cual novela ¿puede ser influenciado por esa lectura y modificar su estilo de una forma espuria?

No más que por sus lecturas anteriores. Siempre he defendido que un escritor es, en gran medida, un lector insatisfecho. Alguien decidido a escribir una historia que hubiera deseado leer de manos de otro pero que, por desgracia, nadie ha escrito aún. El impulso de escribir nace de dentro, de uno mismo pero la forma de hacerlo se forja a base de lecturas, de análisis de otros autores, de otros estilos, evaluando —aun de forma inconsciente— las formas estilísticas de otros autores que, con sus textos, calaron hondo en nosotros y definieron nuestro sustrato como autores. El hecho de que leamos durante la creación de una obra no debería alterar de forma significativa esa circunstancia. No más que lo que hayamos leído hasta ese momento.

Una vez te publica una editorial modesta sin pedirte a cambio más que tu libro y tu presencia en la promoción ¿qué puedes hacer tú por la obra que no sea pasearte desnudo por el centro de Madrid?

Puede probar a afirmar que usted mató a Kennedy. O que es la X del GAL. O proclámese autor intelectual del vídeo «Amo a Laura». Ahora en serio. Creo que reflejé de una forma bastante precisa el proceso en la entrada titulada «La distribución y promoción de la obra propia» y en los comentarios subsiguientes. Cuando la notoriedad no viene dada por una campaña de marketing apoyada con dinero, la norma a seguir es «todo vale y marica el último». Busque entornos afines a la temática de su obra y trate de prodigarse en ellos. Concierte el mayor número de actos de firma y presentación posibles, aunque en lugar del Círculo de Bellas Artes sea en el bar de Paco. Échele morro —sin llegar al extremo de resultar despreciable—. Asista a eventos culturales de su ciudad y trate de relacionarse con ese entorno. Emplee su encanto personal. Acuda a tertulias literarias. Vaya a presentaciones de libros de autores conocidos —si puede ser introducido por alguien del medio, su editor, por ejemplo, mejor que mejor— y déjese ver. Departa con unos y con otros. Hágase tarjetas de visita en las que ponga su nombre y el título de su última obra y repártalas a diestro y siniestro en estos eventos. Consiga que le presenten gente. Como ve, la imaginación es muy poderosa. Y con ello no quiero decir que todas esas añagazas surtan el efecto deseado pero no sabe usted la cantidad de oportunidades que surgen donde uno menos se lo espera. Si al menos no se intenta tenga por seguro que no se conseguirá nada. Y como decía el otro: sin riesgo, no hay gloria. Un último consejo: concentre sus máximos esfuerzos en promocionar la obra durante los seis primeros meses de su salida al mercado. Después de ese tiempo, dichos esfuerzos resultarán baldíos en su mayor parte.

¿Qué pasa un año después de haber publicado tu novela en una editorial modesta si no has supuesto un bombazo nacional? ¿Lo tienes difícil para colocar otra? ¿Decir que has publicado puede abrirte alguna puerta... digamos «agencial»?

Pasa que hay que volver a intentarlo. Al fin y al cabo, de eso se trata ¿no? No tiene porque tenerlo más difícil con su siguiente obra. Todo lo contrario. Publicar nunca es un demérito. Y el hecho de haber publicado sin que haya truco detrás —autoedición— siempre ayuda a abrir puertas. Ya comenté en una de las entradas que, en el fondo, se trata de ir acumulando los méritos necesarios en tú currículum para que el siguiente en el escalafón te preste esos ansiados cinco minutos de atención. Y sí, el hecho abre puertas. Las agencias, aun siendo más permisivas que las editoriales, suelen conceder algo más de atención a los trabajos de autores editados que a los de los inéditos.

Una curiosidad. ¿Que consideración le merece el lenguaje SMS y su extrapolación al lenguaje habitual?

El lenguaje SMS, desde un punto de vista funcional, me parece un gran invento. Su nacimiento surge ante la necesidad real de subsanar una limitación dentro de un contexto determinado —el teléfono móvil—. Fuera de ese contexto, sin que uno se vea limitado por esas carencias y si se emplea de forma arbitraria dejando de cumplir la función original para la que fue creado, el medio pasa a convertirse en el propio mensaje y su uso resulta una aberración propia de estúpidos y snobs con ánimo de epatar a aquellos que albergan la misma simpleza de espíritu que ellos.